SEXO CON UNA PROSTITUTA

Era a la noche y llovía, en los olivos Mientras que conducía puso su mano en la entrepierna y se acariciaba sobre los pantalones. Tenia el pene algo erecto. Le venían a la cabeza un montón de recuerdos de su última y primera vez en aquel sitio, solo cara una semana. El fragancia de la habitación… las alfombras… el tono de las paredes… alumbrada por la luz de las velas… Ella… Ella… la deseaba tanto como la temía. ¿Puede alguien volverse adepto a una cosa que solo ha probado una vez? A lo largo de aquellos días, se lo había preguntado un montón de veces. La precisaba, mas era tan… tan… Ya había llegado… Aparcó cerca de la casa. La otra vez no se atrevió, mas ahora tanto se le daba. En verdad no solamente se ocultaba, si no que le venían ganas de decirlo a todos que estaba allá, que había sido poseído por ella y que aquella noche volvería a serlo. Salió del turismo y corrió hasta la puerta. Se sacó un tanto el agua de los pelos. No tuvo ni que llamar. Exactamente la misma mujer pequeña que lo había hecho la otra noche, le abrió la puerta cuando incluso no había mirado el timbre.

Se sorprendió. La mujer le hizo un ademán con la cabeza indicándole que entrase. Té esta aguardando. – afirmó – Bien sabes el camino. Le dio un sobre y cerro la puerta y desapareció.

Se quedo allá quieto. Miro el corredor que había delante de él, alfombrado de un colorado sangre verdaderamente inquietante y la puerta en el fondo. Respiro hondo y se aproximó. No podía separar la vista del pomo de la puerta y se paró delante. Tampoco aquella vez debió llamar. Aguanto la respiración mientras que se abría.

Aquel fragancia que tanto le había desequilibrado la otra noche, volvía a invadirle el cerebro. Cerro los ojos. Cuando los abrió, ya estaba en la habitación con la puerta cerrada. ¿La había cerrado ? No lo sabia decir. La procuró con la mirada. Viró la cabeza a un lado y al otro. Nada. ¡Malditas sombras! La habitación enmoquetada era obscura, paredes y suelo tapizados. No se distinguía ninguna ventana. No era muy grande o bien a lo mejor era el efecto de las candelas que las había por todos y cada uno de los lados. Podía intuir su presencia mas incluso no la veía. De súbito la notó… su mano… firme sobre su espalda. No se viró, solo suspiró y la dejó hacer tal y como pensaba hacer el resto de la noche. De echo por más que hubiese probado de hacer lo opuesto, no habría podido. Ella no le habría dejado.

Debía continuar mudo. Desabrocho su camisa, se la sacó y la hizo caer a sus pies. Lo cogió de la mano y lo hizo sentar en una silla. ¿Estaba la otra vez aquella silla? ¿Era un sueño? Comenzaron a sudarle las manos. La miró. Al fin la miró. Estaba de pie delante de él, alta, postura desafiante, con actitud de quien se sabe en poder del control de la situación.

Llevaba un vestido negro, corto, de cuero, con una cremallera delante de arriba a bajo, desde el entremedio de los pechos hasta la entrepierna. Lo que hubiese dado por arrancárselo en aquel instante… Tenia el pelo largo hasta media espalda, color miel. Los pies descalzos. Las piernas fuertes, larguisimas. Los muslos bonitos. La curvatura de las caderas no muy pronunciada. Una cintura que haría regresar ido a cualquiera con sangre en las venas. Los pechos se adivinaban suaves, con consistencia de flan, ni grandes ni pequeños, la medida idónea para estrujarlos entre las manos. El cuello largo. Las facciones duras… No era bonita, mas sí atractiva… tan atrayente.

Se puso a su espalda. Le puso las manos sobre los hombros haciéndole un pequeño masajes en el cuello, solo de apreciarla tan cerca tenia el pene sensiblemente erecto. Le desabrocho el botón de pantalón. Una mano resbaló por la parte interior y jugueteó con sus testículos. Los apretó y se estremeció. La mano se paseó entre las ingles. El pene señalando al techo, no podía estar más rígido. Comenzó a apreciarse muy excitado. El fragancia a sexo se mezclaba con el de la habitación. Las manos cogieron al pantalón y el slip juntos, se incorporó un tanto de la silla y los hizo bajar bajo las rodillas. Las rodillas muy abiertas. Una mano masajeandole la nuca la otra bajo los testículos, le estaban volviendo ido. Se moría de ganas de cogerle las manos y hacerlas apretar su pene, hacerle revisar en que estado se la ponía, mas sabia que no se lo permitiría… No sabia cuanto tiempo debería estar de esta forma, mirando lo que le hacían aquellas manos. Sentía su respiración en la nuca, tan helada que prácticamente quemaba. Le lamía tras las orejas. Le estaba reinventando la oreja con su puntiaguda lengua. Por dentro… por fuera… Podía apreciar su respiración dentro de ella… Al fin una mano comenzó a pajearle despacio… acompasadamente… gozo… placer… la mano se movía de manera sabia, haciendo cortas paradas para seguir las sacudidas acelerando y después sosteniendo exactamente el mismo ritmo. Las rodillas muy abiertas.

Cuando apreció que iba a correrse paró de cuajo. Le pasó una pierna sobre el hombro, después la otra y tirándole la cabeza abajo, se le sentó en la nuca. El vestido era suficientemente corto y la maniobra suficientemente brusca para que le notara la entrepierna… No llevaba lencería. Su coño estaba mojado. Él estaba muy cerca de un clímax. Rozaba las puntas de los dedos de los pies en sus ingles, mientras que se refregaba en su nuca. Se excitó tanto que le dolían las bolas malamente. Ella apretaba los pies contra sus muslos, contra sus ingles, los movía mas evitaba rozar lo que más deseaba que le rozase. Prosiguió de este modo, fregando el sexo contra su nuca, mojándola con sus jugos, pellizcándole las tetillas, presionándole la pelvis, masajeando las ingles Él se cogía a la silla… ni apreciaba su peso comprimiéndole el cuello… En un acto de puro contorsionista, viró sobre él quedando sentada sobre su pene y abrazándole con las piernas, silla incluida. Ahora si que apreciaba su peso, le cara daño sentada juntamente allí… creía que reventaría. Con tanta maniobra el vestido se le había subido caderas arriba dejando su apreciado triángulo al descubierto con unos labios pequeños mas gruesos y entreabiertos, cubiertos por una ligera vellosidad similar a la pelusilla y un clítoris rosado que asomaba encapuchado y mojado. Le hubiese agradado tener aquel cachito de carne en la cuenca de su mano. No pudo resistirse más y hizo el ademán (solo el ademán) de exender la mano con la pretensión de pasarle un dedo por aquella hendidura de sonrisa indiferente. Ella lo separó de manera brusca. Sabia que se lo tomaría como una provocación y que pagaría las consecuencias, mas volvió a probarlo. Se levantó de manera brusca con un veloz desplegamiento de piernas, lo cogió de un brazo y de mala forma lo tiro sobre la cama. Metió la mano bajo el jergón y sacó una cinta roja. Se puso inquieto. Le levantó la mano sobre la cabeza y se la anudó a un extremo de la cinta. Le cogió la otra mano… mas no le hizo ninguna gracia y también intento resistirse. Ella le cogió la cara y le clavó los ojos tan seriamente que le helo la sangre. Sintió temor. El temor lo excitó más de lo que estaba. Acabó de anudarle las manos y después anudó el otro extremo de la cinta a las barras de madera de la cabecera de la cama, dejando suficiente margen para poderlo virar si le venia de gusto. Sus uñas redondeadas le recorrieron el pecho cada vez menos suavemente que la precedente. Le abrió las piernas. Se viró y se puso de rodillas dándole la espalda. Le veía los pelos cayéndole por la espalda, la curva de la cintura, el trasero tan de forma perfecta enfundado en aquel vestido negro… El impulso de tocarlo era irreprimible, la imposibilidad de hacerlo insoportable… Ella reculó arrodillada acercándole el trasero a su cara y se estiro encima de él, las piernas abiertas a los lados de aquel cuerpo deseoso y también impaciente, la mejilla de ella sobre la pelvis de él, apreciando la rigidez del pene erecto. El sexo de ella tocando la barbilla de él.

Procuraba mirárselo. Fragancia de gamba fresca y heno recién segado. Ella besaba su atormentado pene. Le lamía los testículos. A él le llegaba aquel fragancia a mujer como el perfume más secreto. Instintivamente abrió la boca. Ella asimismo lo hacía. Podía sentir el calor su boca entreabierta cerca del bálano, aquellos labios de escándalo… recorriéndole el pene. Se sentía tan impotente de no poder lamerla… Gimió…
Sentía el cuero caluroso sobre la piel… la cremallera fría… y no poder ni tocarla era… atroz. Le bajó la piel del bálano con la boca. Estaba tan caliente que cuando apreció la calidez de su boca en la punta del miembro, por poco le vino un clímax. Le chupó los testículos, al paso que un dedo le bordeaba la estrella plisada. Paró y volvió arrodillarse delante de él. Se lo estuvo mirando un buen rato. Tenía la verga muy rígida. Él hacia sacrificios para supervisar la respiración. Ella de forma lenta fue haciendo bajar la cremallera de su vestido. Se le iba abriendo dejando entrever una blanquisima piel que parecía suave como una sabana de seda. Seda negra, como la de las sabanas sobre las que estaba estirado. Aguanto el aliento mientras que acababa de separarse el cuero de la piel. Al fin la tuvo desnuda delante de él. No tenia un cuerpo perfecto, mas lo que hubiese dado por tocarlo. Sus pechos eran mayores de lo que le habían semejado. Le encantaban los pechos grandes, con las aureolas pequeñas como aquellos.



Deseaba acercarse, hundir la cara, morderlos, tocarlos, lamerlos, ¡lo que fuera!. Sus gemidos eran tanto de calentura, como de pura desesperación. Ella comenzó acariciárselos, a estrujarlos, a recorrer los pezones con un dedo anteriormente humectado en su boca. Bajo sus nalgas podía apreciar los efectos de su provocación. Con el dedo mojado fue llegando hasta el ombligo. Prosiguió avanzando. Vio que estiraba los dedos. Mirándole a los ojos se puso un dedo sobre el clítoris y comenzó a masturbarse delante de él. Se hundía un dedo en aquellos pliegues que el tanto deseaba. Los abría y le enseñaba la boca del placer abierta. Se acariciaba aquellos sustanciosos labios. Meneaba con el dedo aquel rosado clítoris. Él sudaba. Deseaba ser los dedos de ella. Deseaba ser quien la estaba tocando… quien le hacía respirar de aquella forma, quien estuviese apretando aquel coñito… que estuviese penetrándola… Ella primero se metió un dedo en el coño, después fueron dos… con los dedos incluso mojados, le toco la mejilla. Se estremeció. Se los paseó por toda la cara. El cerro los ojos y movió la cabeza para hacerlos llegar a su boca, pequeño detalle que le concedió. Aquel gusto… Los separó de manera rápida y lo derrumbó. No pudo refrenar su protesta.

¿Había arriesgado lamentarse? ¿Es que lo estaba retando? Se levantó y lo hizo virar de espaldas. Desapareció de su campo visual. La sensación de no poder ver que le aguardaba era exasperante. Ella se enfundó un preservativo en 2 dedos de su mano. Con un chasquido de dedos lo hizo arrodillar, apoyando la cara en cama y las rodillas bien abiertas. Se puso de rodillas detrás de él y le volvió a coger las nalgas del trasero una en todos y cada mano… las apretaba una contra la otra… las separaba… las manipulaba en todas y cada una de las direcciones posibles… las estrujaba.

Le prosiguió la raja del trasero con los 2 dedos enfundados. Se puso inquieto y también instintivamente contrajo el agujero, mas respondió con un bocado cerca de los testículos. Él hizo un bote de manera inconsciente y relajó la estrella plisada, instante que aprovechó para introducirle un tanto los 2 dedos. Apretó los dientes. Solo tenía las uñas dentro. No las movía. Espero que se adaptaran un tanto. Movió la otra mano… a la barriga y le hizo abrir más las rodillas. Le toqueteó el pene y los testículos de manera sabia. Cogió el pene y mientras que lo pajeaba poco a poco, fue introduciéndole los dedos más de manera profunda.
La sensación de ser la que penetrara a un hombre y no del revés le generaba una sensación inhumana. El se discutía entre el dolor y el placer. Dejaba entrar a los 2 intrusos. Jamás había experimentado sexo anal. Hacía justo una hora que solo pensarlo le ponía impresionantemente violento. Mas ahora apreciaba gusto y tras el rechazo inicial le intranquilizaba la idea de que llegase a agradarle. Le cara daño, mas no era un dolor desapacible. Deseaba centrarse, poner su atención sensitiva en aquella nueva experiencia, mas la calentura de la verga no se lo dejaba. Ella la manipulaba poquito a poco. Cada movimiento era un pequeño martirio, mas cada pausa se convertía en una eterna espera deseando que no parase.

Los dedos seguían hundiéndose en sus supones y seguía bombeando la pene. Se cogía a las barras que estaba atado apretando los dientes con cada movimiento de alguna de sus manos. No podía más. Momentáneamente pensó que perdería el conocimiento. Solo el interés de no perderse ninguna de las contradictorias sensaciones que le mandaban lo hacía soportar. Se conmocionaba de placer. Los dedos seguía entrando, no podía ser que los tuviese tan largos.

Se conmocionaba de gusto y dolor. Mordía la ropa de la cama para no gritar. Eran las reglas. No podía ni tocarla ni gritar.

El ahínco para no hacer sentir su voz, sobre los ruidos de la tempestad lo excitaba más y solo era superado por el ahínco de no vaciarse sobre la dulce mano torturadora.

Una regla atroz. Cuando el pene escupía la escurridiza crema, final de recorrido. Ya podía haber pasado solo un minuto, que marcharía y debería abonar lo mismo que si llevase toda la noche. Un reto de autocontrol que la última noche lo había hecho fallar. Se sentía penetrado, violado, tenía 2 dedos clavados en el trasero. Apreciaba los nudillos de aquella mano hundidos en sus nalgas. Comenzó a pasarle la lengua por los testículos… los besaba… los chupaba… escarbaba con los dedos… los viraba a derecha y también izquierda… los sacaba un tanto y volvía a meterlos más adentro. Estaba a puntito de correrse y retiró los dedos de forma lenta. Dejó la dolorida y trempadisima verga. Él gemía.

Solo que hubiese soplado en sus bolas, se habría corrido.
Sudaba. Respiraba violentamente. Padecía. Ella se sacó el preservativo de los dedos. Le siguio la espalda con suavidad.

Lo viró. Su peso sobre el trasero le dibujó una mueca de dolor en su cara. Ella aproximó la boca a la otra parte dolorida de aquel cuerpo. Pasó la lengua empapada de saliva por el balano y lo chupo con deleite a lo largo de un rato. El placer no era tan amargo ahora. Estaba destrozado. Se moría de ganas por penetrarla a fondo, mas no se veía capaz de soportarlo sin un solo grito. Ella le estiró las piernas y lo montó. Se meneaba encima de él. Tenia ganas de clavársela dentro. Justo pensarlo lo hizo. Lo acogió en su interior y lo galopeó con toda la furia del trueno que incluso retumbaba. Lo sentía palpitar dentro suyo. Él se sentía profanador de un templo obscuro y sagrado. Le cayo una lagrima. Había luchado contra él mismo, contra sus impulsos, la había obedecido con una resistencia prácticamente nula.

Merecía aquel absurdo trofeo. Se sentía triunfador. Aquella vez había resistido hasta el final y la satisfacción era tal que ni el dolor en el pecho, ni el que le había producido aquella penetración salvaje, podían empañar aquel instante de gloria.

Respiraba tan deprisa que le dolía la cabeza. El corazón le latía tan fuerte que podía escuchar de forma perfecta sus latidos y apreciarlos en sus sienes. Sudaba extremadamente. El corazón le latía demasiado deprisa. ¡ El corazón le iba a 100!. Aspiró aire por última vez. ¡ El corazón a mil!… A cero… su última visión fue la maléfica sonrisa de ella. Supo que la victoria final no había sido de él. Comprendió pues había debido abonar de antemano dando el sobre y es que no hace bonito registrar la ropa de un muerto… con la pene rígida.

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